La tierra no descansa y México, país anclado en el latente Cinturón de Fuego del Pacífico, lo ha vivido una vez más. El día jueves 2 de noviembre se registró un temblor que activó los protocolos de emergencia y puso a prueba la resiliencia de una nación que convive con el pulso irregular de nuestro planeta.

El movimiento telúrico, meticulosamente monitoreado por el Servicio Sismológico Nacional (SSN), se suma a la lista de sismos que habitualmente recuerdan a los mexicanos la dinámica tectónica de su territorio. Ubicado en la convergencia de placas tectónicas, México enfrenta un riesgo latente: la realidad de ser uno de los países más sísmicos del orbe, albergando alrededor del 60% de los temblores a nivel mundial.

El SSN reportó la magnitud del último sismo, evidenciando la constante actividad que subyace bajo los pies de millones de mexicanos. En un país que cuenta los temblores por centenas anualmente, la pregunta que resuena con cada sacudida no es si ocurrirá el próximo, sino cuándo.

Esta realidad ha forjado una cultura de prevención y alerta temprana. Desde la tragedia del terremoto de 1985, México ha implementado uno de los sistemas de alerta sísmica más avanzados del mundo, un testamento a la innovación y adaptación frente a las fuerzas de la naturaleza. La educación en materia de seguridad y evacuación se ha vuelto parte del currículum de vida desde la más tierna infancia hasta la edad adulta.

Sin embargo, aún con tecnología punta y conciencia ciudadana, los retos permanecen. Los estados de Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Estado de México y Veracruz, reconocidos como zonas de alto riesgo, enfrentan el desafío de equilibrar el desarrollo urbano con la inevitabilidad geológica. El temblor del 2 de noviembre vuelve a poner en perspectiva la vulnerabilidad ante eventos de gran magnitud.

Este fenómeno natural nos obliga a preguntarnos: ¿estamos preparados para lo impredecible? Las estadísticas no mienten, y México sabe que cada temblor es un simulacro no anunciado para el inevitable "gran" sismo futuro. La inversión en infraestructura resiliente, la educación continua en medidas de protección civil y la investigación geológica no son solo una opción, son una necesidad imperante.

A medida que la población joven de México, activa en la transformación y adaptación de su país, mira hacia el futuro, la tierra bajo sus pies les recuerda la importancia de construir sobre cimientos sólidos, no solo en lo material, sino también en la preparación y el espíritu de comunidad.