El mundo de la intelectualidad y el pensamiento crítico en América Latina y más allá ha perdido a una de sus voces más significativas: el filósofo Enrique Dussel Ambrosini, cuyo legado trasciende fronteras y generaciones. A los 88 años, el maestro, como muchos lo llamaban, falleció, dejando tras de sí un vacío en el diálogo filosófico y político contemporáneo.

Nacido en la tierra del sol y del buen vino, Mendoza, Argentina, el 24 de diciembre de 1934, Dussel llevó consigo el calor y la pasión por la justicia en cada palabra que escribió y cada discurso que pronunció. Su exilio en 1975 lo trajo a México, un país que no solo le ofreció refugio sino también un nuevo público que abrazó y se nutrió de su filosofía.

Como uno de los fundadores de la Filosofía de la Liberación, Dussel fue pionero en situar las luchas de las periferias y los pueblos oprimidos en el centro del debate filosófico. No veía la filosofía como un mero ejercicio académico sino como una herramienta de cambio, una brújula para las sociedades que buscan construir un futuro más equitativo.

La noticia de su deceso fue comunicada por su hijo Enrique Dussel Peters, quien con palabras cargadas de tristeza y orgullo, anunció la partida de su padre, destacando su multifacética vida como esposo, padre, abuelo, profesor, teólogo, historiador y, sobre todo, como un pensador crítico que siempre buscó desentrañar las verdades más incómodas del poder y la dominación.

Luis Hernández, coordinador de Opinión del diario La Jornada y colaborador de la plataforma teleSUR, no tardó en reconocer la estatura intelectual de Dussel, considerándolo "uno de los más grandes intelectuales de izquierda de América Latina". Un título nada menor para quien dedicó su vida a cuestionar el status quo y a proponer un camino alternativo hacia la liberación.

La comunidad académica también sintió profundamente su partida. Tania Rodríguez Mora, rectora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), reflejó el sentir de una institución que vio en Dussel no solo a un rector sino a un guía y mentor. Su gratitud fue inmensa, su admiración, eterna.

La muerte de Dussel no es solo la pérdida de un hombre sino de una visión del mundo. Es el silencio de una voz que nunca temió alzar el volumen frente a la injusticia. Pero como todo gran maestro, Dussel nos deja una rica herencia: su obra, sus palabras, su lucha.

Nos queda, entonces, el deber de seguir diseminando su pensamiento, de mantener vivo el diálogo que él tanto apreciaba, y de asegurar que las futuras generaciones continúen su legado crítico y transformador.

Con la partida de Enrique Dussel, se cierra un capítulo vital en la historia del pensamiento latinoamericano, pero su influencia y su enseñanza siguen latentes, invitándonos a no solo reflexionar sino a actuar.