¿Te has preguntado alguna vez por qué colocamos un arbolito de Navidad en nuestras casas cada diciembre? Más allá de una costumbre, esta tradición tiene raíces profundas que conectan la espiritualidad con la celebración de la temporada festiva.
La forma triangular del pino, elemento esencial del arbolito, no es casualidad. Representa la Santísima Trinidad: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La punta del pino, donde se coloca la estrella, simboliza la guía celestial y la conexión directa con lo divino.
El color verde del pino va más allá de la estética; representa la esperanza. Incluso cuando el pino está seco, nunca pierde su verdor, simbolizando la eternidad y la renovación. Sus ramas, apuntando al cielo, actúan como brazos en oración de la humanidad, creando un puente simbólico entre el cielo y la tierra.
Pero, ¿cuál es el origen de esta tradición? En el siglo XVI, sacerdotes españoles implementaron la costumbre en las iglesias. El arbolito representaba la estrella mayor, mientras que abajo se ubicaba el nacimiento, simbolizando el momento del nacimiento de Jesús.
Las decoraciones también tienen significados profundos. Las manzanas de colores, como las rojas para el amor y las verdes para la esperanza, cargan de simbolismo cada rincón del arbolito. Las velas dispuestas de forma concéntrica representan las almas humanas, iluminando el camino hacia la estrella celestial.
Los bastoncitos de dulce, colocados como pastores, guiaban las almas hacia la estrella mayor. Esta antigua práctica nos invita a reflexionar sobre la espiritualidad y la conexión entre el cielo y la tierra durante la temporada navideña.